El escribir es un proceso lleno de fugas. Un escritor no puede transmitir a un lector una idea tal y cual la imaginó en su mente. Si describe arenas blancas y mar azul, el lector contribuye a esa construcción: algunos completan la escena con elementos prestados de Grecia, otros de Jamaica. Si se dice que una mujer es hermosa, subconscientemente triangula — ¿Qué tenía en mente el escritor? ¿Qué es lo que yo personalmente considero atractivo? ¿Cuál es el estándar de belleza promedio en mi sociedad? ¿Qué tendría más sentido en el contexto de esta historia que estoy leyendo?
Quizás es el deber del escritor ser más preciso. Podría relatar la composición de la arena, la temperatura y humedad exacta del aire, el matiz de cada uno de los colores del cielo al atardecer… pero de pronto un encuentro romántico se convierte más bien en un estudio geográfico.
Quizás la situación en el cine es mejor. La imagen que vemos es exactamente la misma que los productores aprobaron y lanzaron al público. El enfoque de la cámara está en el lugar previsto. ¿Significa esto el relajo total del esfuerzo cognitivo de todos los involucrados? Pues no. Esta imagen, al igual que la palabra escrita, no es más que un tipo diferente de punto medio. Consideremos, de nuevo, la cuestión de la belleza. Al filmar una trama situada en el pasado con un hombre guapo como protagonista el equipo tiene que decidir entre fidelidad a los estándares de belleza de la época en cuestión, o emplear a un actor considerado bello hoy para preservar el espíritu de su rol en la historia. ¿Y que hay del diálogo? Una expresión puede ser traducida ingeniosamente al equivalente natural más cercano posible, o puede ser traducida literalmente, o puede ser simplemente desarropada en prosa. ¿Qué significa para ti “el tigre y el dragón”?
Contar una historia es siempre una serie de compromisos entre emisores y receptores. Lo que resulta al final de cualquier interacción es siempre el producto de un proceso colaborativo. Así como los cineastas leen un guión antes de emitir imágenes para el público, y los actores memorizan las líneas antes de enunciarlas, todos estamos siempre transformando señales en significado en cada paso de la comunicación. Nuestra memoria incluso llega a embellecer experiencias con detalles vívidos y novedosos, tanto visuales como emocionales. Lo tradicional es agradecer a los “creadores” por proporcionar las semillas de recuerdos tan exuberantes, pero creo que nosotros, los jardineros que cultivamos la flor, también merecemos algo de reconocimiento.
Los científicos tienen una frase cierta y encantadora: “Todos los modelos estan errados. Algunos son útiles”. Lo que esta frase comunica es la sensación de asombro de que produce, por ejemplo, el hecho de que el movimiento de planetas pueda (a veces) ser aproximado asumiendo que se comportan como bolas de billar. Es sorprendente que la compleja y misteriosa química y geografía de mundos lejanos y alienígenas pueda ser simplemente descartada, y que nuestras predicciones de sus trayectorias resulten atinadas. Otros ejemplos incluyen el “suponer que no hay resistencia del aire”, “suponer que esta vaca es un obloide esférico”, “suponer que todos los términos que no sean el primero de esta serie se redondean a cero”, “suponer un aislamiento perfecto”, etc. Si se trata de realmente capturar la realidad, estas aproximaciones implican que el modelo se queda muy corto… pero aun así todos llegamos a estar de acuerdo en que, no obstante, el modelo esta justificado si se cumplen sus predicciones. Desde este punto de vista la narración de cuentos no es tan distinta a la ciencia.
Imagina que alguien apresuradamente insiste que le cuentes una historia. ¿Qué tipo de historia contarías? Tal vez tratarías de desengancharte con lo primero que se te ocurre: “Un perro muerde a un hombre.” Tal vez decidirías castigar a tu interlocutor con la historia más vulgar posible. Tal vez tienes una anecdota personal que nunca habías tenido la oportunidad de desahogar. Tal vez un manifiesto político. Lo interesante es que no importa cuan poco esmero le pongas a tu relato, estoy completamente seguro de que se podrían extraer interesantes conclusiones si fuesen permitidas algunas cuantas preguntas de seguimiento. Si la historia fue corta, ¿por qué fue corta? Si fue larga, ¿por qué fue larga? ¿Por qué precisaste un perro y no un jaguar? ¿Por qué un hombre y no un niño? ¿Por qué un mordisco y no un zarpazo? ¿De dónde eres, y cómo afectó esto tus decisiones? ¿Por qué te hago esta pregunta? ¿Por qué estás leyendo este ensayo?
Contemplar una investigación de este tipo implica ya de por sí un rechazo a la noción de que tu historia es una mera invención sin importancia. Al fin y al cabo todas esas preguntas tienen respuesta, y algunas de estas respuestas podrían ser muy reveladoras a pesar de que no hubo intención de tu parte de revelar nada en particular. Es más: no es solo que yo puedo responder algunas de estas preguntas por mí mismo mediante ciertas suposiciones sin tu aportación ni tu permiso, sino que todos lo hacemos regular y constantemente como parte inevitable del proceso de comunicación.
Así como el público debe atribuirse a si mismo más el rol creativo que desempeña en el proceso de creación, también debe asumir más responsabilidad. Un buen orador se acerca lo mejor que puede, pero el oyente siempre le da el encuentro en algún punto intermedio. Es un proceso que requiere trabajo y esfuerzo por parte de ambos. El oyente tiene que tener presente de que también está creando todo el tiempo. Sus creaciones pueden ser incluso mejorías totales, en cuyo caso da mucha pena que se queden privadas. Viene a ser una especie de responsabilidad que el oyente de un paso adelante y hable también. La colaboración en cuanto a la comunicación es algo que debemos reconocer e incentivar. Cuanto más presente tengamos este proceso colaborativo, cuanto más consciente y democrático sea, mejor serán nuestras historias.
Todas las historias son ciertas. Todas conllevan en sí la historia del por qué fueron contadas en un primer lugar. O, quizás más correctamente: Todas las historias tienen algo de cierto. Algunas son útiles.