César Vallejo (1892-1938), comunista peruano, es considerado uno de los poetas más importantes del siglo 20.
Artículo originalmente publicado en la revista Universidad (Año 1, N° 2, pág. 13), de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú.
El proceso literario capitalista no logra, por más que lo deseen sus pontífices y capataces, eludir los gérmenes de decadencia que le suben, desde hace muchos años, del bajo cuerpo social en que él se apoya. Esto quiere decir que las contradicciones congénitas, crecientes y mortales en que se debate la economía capitalista, circulan igualmente por el acto burgués, engendrando su debacle. Esto quiere decir, asimismo, que la resistencia de aquellos caciques intelectuales para no dejar morir esta literatura, es vana e inútil, ya que estamos ante un hecho determinado, en un plano rigurosamente objetivo, nada menos que por fuerzas y formas de base de la producción económica, muy distantes y extrañas a los intereses sectarios, profesionales e individuales del escritor. La literatura capitalista no hace, pues, más que reflejar — sin poderlo evitar, repito — , la lenta y dura agonía de la sociedad de que procede.
¿Cuáles son los más saltantes signos de decadencia de la literatura burguesa? Estos signos se han evidenciado harto ya, para insistir sobre ellos. Todos pueden, no obstante, filiarse por un trazo común: el agotamiento de contenido social de las palabras. El verbo esta vacío. Sufre de una aguda e incurable consunción social. Nadie dice a nadie nada. La relación articulada del hombre con los hombres, se halla interrumpida. El vocablo del individuo para la colectividad, se ha quedado trunco y aplastado en la boca individual. Estamos mudos, en medio de nuestra verborrea incomprensible. Es la confusión de las lenguas, proveniente del individualismo exarcerbado que está en la base de la economía y política burguesa. El interés individual desenfrenado — ser el más rico, el más feliz, ser el dictador de un país o el rey del petróleo — , lo ha colmado de egoísmo todo hasta las palabras. El vocablo se ahoga de individualismo. La palabra — forma de relación social la más humana entre todas — ha perdido así toda su esencia y atributos colectivos.
Tácitamente, en la cotidiana convivencia, todos sentimos y nos damos cuenta de este drama social de confusión. Nadie comprende a nadie. El interés de uno habla un lenguaje que el interés del otro ignora y no entiende. ¿Cómo van a entenderse el comprador y el vendedor, el gobernado y el gobernante, el pobre y el rico? Todos también nos damos cuenta de que esta confusión de lenguas no es, no puede ser, cosa permanente y que debe acabar cuanto antes. Sabemos que para que ella acabe no hace falta sino una clave común: la justicia, la gran aclaradora, la gran coordinadora de intereses.
Entretanto, el escritor burgués sigue construyendo sus obras con los intereses y egoísmos particulares a la clase social de que él procede y para la cual escribe. ¿Qué hay en estas obras? ¿Qué expresan? ¿Qué dicen en ellas los hombres? ¿Cuál es en ellas el contenido social de las palabras? En los temas y tendencias de la literatura burguesa no hay más que egoísmo y desde luego, sólo los egoístas se placen en hacerla y en leerla. La obra de significado burgués o escrita por un burgués, no gusta sino al lector burgués. Cuando otra clase de hombre — un obrero, un campesino y hasta un burgués liberado de su vértebra clasista — pone los ojos en la literatura burguesa, los vuelve con frialdad o repugnancia. El juego de intereses de que se nutre semejante literatura, habla, ciertamente, un idioma diverso y extraño a los intereses comunes y generales de la humanidad. Las palabras aparecen ahí incomprensibles e inexpresivas. Los vocablos fe, amor, libertad, bien, pasión, verdad, dolor, esfuerzo, armonía, trabajo, dicha, justicia, yacen vacíos o llenos de ideas y sentimientos distintos a los que tales palabras enuncian. Hasta los vocablos vida, dios e historia son equívocos o huecos. La variedad y la impostura dominan en el tema, la contextura y el sentido de la obra. Aquel lector rehuye entonces o boicotea esta literatura. Tal ocurre, señaladamente, con los lectores proletarios respecto de la mayoría de autores y obras capitalistas.
¿Qué sobreviene entonces?
De la misma manera que el proletario va cobrando rápidamente el primer puesto en la organización y dirección del proceso económico mundial, así también, va él creándose una conciencia de clase universal y, con ésta, una propia sensibilidad, capaz de crear y consumir una literatura suya, es decir, proletaria. Esta nueva literatura está haciendo y desarrollándose en una proporción correlativa y paralela — en extensión y hondura — a la población obrera internacional y a su grado de conciencia clasista. Y como esta población abraza hoy las nueve décimas partes de la humanidad y como, de otro lado, la conciencia proletaria gana en estos momentos casi la mitad de los trabajadores del mundo, resulta que la literatura obrera está dominando casi por entero la producción intelectual mundial.
¿Cuáles son los más saltantes signos de la surgente literatura proletaria? El signo más importante está en que ella devuelve a las palabras su contenido social universal, llenándolas de un substractum colectivo nuevo, más exuberante y más puro y dotándolas de una expresión y una elocuencia más diáfanas y humanas. El obrero, al revés del patrono, aspira al entendimiento social de todos, a la cabal comprensión de seres e intereses. Su literatura habla, por eso, un Lenguaje que quiere ser común a todos los hombres. A la confusión de lenguas del mundo capitalista, quiere el trabajador sustituir el esperanto de la coordinación y justicia sociales, la lengua de las lenguas. ¿Logrará la literatura proletaria este renacimiento y esta depuración del verbo, forma suprema ésta y la más fecunda del instinto de la solidaridad de los hombres?
Sí. Lo logrará. Ya lo está logrando. No exageramos tal vez al afirmar que la producción literaria obrera de hoy, contiene ya valores artísticos y superiores, en muchos respectos, a los de la producción burguesa. Digo producción obrera, englobando en esta denominación a todas las obras en que dominan, de una u otra manera, el espíritu y los intereses proletarios: por el tema, por su contextura psicológica o por la sensibilidad del escritor. Así es como figuran de literatura proletaria autores de diversa procedencia clasista, tales como Upton Sinclair, Gladkov, Selvinsky, Kirchen, Pasternak, O’Flaherty y otros, pero cuyas obras están, sin embargo, selladas por una interpretación sincera y definida del mundo de los trabajadores.
En suma, todas estas consideraciones aseguran a este respecto, la atención y respeto que la literatura proletaria despierta en los mejores escritores burgueses, atención y respeto que se traducen por la frecuencia con que tratan — aunque sólo episódicamente — en su reciente producción, de la vida, las luchas y derroteros revolucionarios de las masas trabajadoras. Esta actitud revela dos cosas: unas veces el snobismo, propio de las inteligencias bizantinas, y, otras, la inestabilidad y vacilaciones características de una ideología moribunda.
En suma todas estas consideraciones atestiguan, de un lado, el advenimiento y la ofensiva arrolladora de la literatura proletaria y, de otro lado, la derrota y desbandada de la literatura capitalista.
La encrucijada de la historia está, como se ve, zanjada en este terreno.