This text was first published in the Soviet review Problems of the East, on the occasion of the 90th anniversary of V. I. Lenin’s birthday, in April 1960.
Después de la primera guerra mundial, me gané la vida en París como retocador de fotografías, unas veces, y otras como pintor de “antigüedades chinas” (¡hechas en Francia!). A veces distribuía volantes que denunciaban los crímenes franceses en Vietnam.
En esa época apoyé la Revolución de octubre sólo por instinto, sin comprender todavía su importancia histórica. Amaba y admiraba a Lenin porque era un gran patriota que había liberado a sus compatriotas; hasta entonces todavía no había leído un solo libro de él.
La razón que tuve al ingresar al Partido Socialista francés fue que estos “señores y señoras” — como llamaba a mis camaradas en esta época — mostraron simpatía hacia mi, hacia la lucha de los pueblos oprimidos. Pero no entendía lo que era un partido o un sindicato, ni lo que era el socialismo o el comunismo.
Había en aquel entonces acaloradas discusiones entre las diferentes secciones del Partido Socialista sobre la decisión de seguir en la Segunda Internacional, fundar la Segunda y media Internacional o adherirse a la Tercera Internacional de Lenin. Asistía con regularidad a las asambleas, dos o tres veces a la semana, y escuchaba atentamente las discusiones. Al principio no entendía bien. ¿Por qué las discusiones tan acaloradas? Si con la Segunda, la Segunda y media o la Tercera Internacional, se podía emprender la revolución, ¿para qué discutir? En cuanto a la Primera Internacional ¿qué había ocurrido con ella?
Lo que más me interesaba saber — y esto era precisamente lo que no se discutía en las asambleas — era cuál Internacional estaba a favor de los pueblos de los países coloniales.
Formulé esta pregunta — la más importante a mi parecer — en una asamblea. Algunos camaradas me contestaron: Es la Tercera Internacional, no la Segunda. Y un camarada me dio a leer la “Tesis sobre las cuestiones nacionales y coloniales” de Lenin publicada en l’Humanité.
Había en esa tesis términos políticos difíciles de entender. Pero a fuerza de leer y releer pude finalmente captarla casi en su totalidad. ¡Cuánta emoción, entusiasmo, claridad y confianza infundió en mi! ¡Lloraba de alegría! Solo, en mi cuarto, grité como si me estuviera dirigiendo a grandes masas. “¡Queridos mártires compatriotas! Esto es lo que necesitamos, ¡éste es el camino de nuestra liberación!”
Después de esto tuve plena confianza en Lenin y en la Tercera Internacional.
Antes, en las asambleas de mi sección del Partido, sólo escuchaba las discusiones; tenía la vaga creencia de que todas eran lógicas y no podía diferenciar entre quiénes estaban en lo cierto y quiénes en el error. Pero desde este momento, también participé en los debates y discutí con fervor. Aunque todavía me faltaban palabras en francés para expresar mis sentimientos, hice pedazos los alegatos que atacaban a Lenin y la Tercera Internacional con no menos vigor. Mi único argumento era: “Si no condenan el colonialismo, si no apoyan al pueblo colonial, ¿qué clase de revolución piensan emprender?”
No sólo tomaba parte en las asambleas de mi propia sección del partido, sino que también iba a otras secciones para plantear “mi posición”. Ahora debo decir de nuevo que los camaradas Cachin, Vaillant, Couturier, Monmousseau, y muchos otros, me ayudaron a ampliar mi cultura. Finalmente, en el congreso de Tours voté con ellos por la adhesión a la Tercera Internacional.
En un principio, el patriotismo más que el comunismo me llevó a tener confianza en Lenin, en la Tercera Internacional. Paso a paso, durante la lucha, combinando el estudio del marxismo-leninismo con las actividades prácticas, llegué gradualmente a la conclusión de que sólo el socialismo y el comunismo pueden liberar de la esclavitud a las naciones oprimidas y a los trabajadores de todo el mundo.
Existe una leyenda en nuestro país y en China sobre el milagroso Libro de la Sabiduría. Al consultarlo cuando aparecen grandes dificultades siempre se encuentra la forma de salir de ellas. El leninismo no es únicamente un milagroso “libro de sabiduría”, una brújula para nosotros, los revolucionarios y el pueblo vietnamitas, sino que es también el sol radiante que ilumina nuestro camino hasta la victoria final, hacia el socialismo y el comunismo.