Sobrina de Alguien

Why can’t we be friends? (2023)

11 minutos | English Español | The Crew

“Personas verdaderamente convencidas de haber impulsado la ciencia no reclamarían libertad para las nuevas concepciones al lado de las viejas, sino la sustitución de estas últimas por las primeras.”
 — Vladimir Lenin, ¿Qué hacer?

Para algunas personas, estar a favor de algo es un tipo de cosa que se produce de una sola vez en el reino de las intenciones, y se verifica por medio de una simple declaración. Basta que yo afirme estar a favor de, por ejemplo, abolir el patriarcado o el capitalismo para que estas personas me crean. Pero ¿qué pasa si estoy a favor de un objetivo general y al mismo tiempo en contra de todos los pasos específicos necesarios para su cumplimiento? Imaginemos primero el aspecto de esta contradicción en un problema simple: el agua se está filtrando por el techo de mi casa. Yo estoy a favor del objetivo general de eliminar la filtración, pero 1) decido de antemano que solo un ser sobrenatural debería encargarse del asunto; o 2) no permito que nadie camine sobre el techo de mi casa; o 3) acepto que alguien camine sobre el techo de mi casa, pero exijo que no se use una escalera ni ninguna otra herramienta que permita subírsele encima; o 4) acepto que use una escalera, pero únicamente después de haber subido, nunca antes. Si cualquiera de estas condiciones se cumple, ¿qué importa mi deseo de solucionar el problema? Por más que yo me vea a mí misma como la enemiga número uno de la fuga, en la práctica estoy a favor de que se mantenga. Por lo tanto, estar a favor de un objetivo cualquiera no es suficiente. Eso solo significa algo cuando, además, entiendo bien cuáles son los pasos que deben seguirse para alcanzar ese objetivo y permito que se ejecuten en el orden necesario.

En el ejemplo de la fuga, los contrasentidos son evidentes, pero lo mismo no ocurre cuando hablamos de problemas complejos de carácter económico. Hay una dificultad enorme a la hora de siquiera discernir qué cosa es un paso necesario o un obstáculo para un objetivo tan ambicioso como abolir el capitalismo. No es más sencillo determinar el orden correcto de esos pasos. Cada tendencia política al interior de la izquierda se diferencia por el curso de acción que propone como solución para este problema. Los anarquistas consideran que la existencia del Estado, independientemente de cuál clase social esté en el poder, representa un obstáculo para la abolición del capitalismo; por tanto, destruir el Estado les parece un paso necesario: el primero, a veces el único. Desde su perspectiva, los comunistas que identifican tomarse el poder estatal como una estrategia para abolir el capitalismo son como un dueño de casa que trata de arreglar la fuga del techo pintándolo de otro color. En cambio, los comunistas consideramos que la dominación capitalista solo puede ser combatida por un poder organizado comparable al gran capital en recursos y dimensiones: un Estado proletario. Desde nuestra perspectiva, luchar por la abolición del Estado en sí es funcionalmente igual que estar a favor del capitalismo: los anarquistas quieren arreglar la fuga del techo agrandando más el hueco. Si nos quedamos en los confines del marxismo, observamos que el disenso fuerte a veces no tiene tanto que ver con los pasos a dar para abolir el capitalismo sino con el orden o la importancia relativa de esos pasos. Los partisanos de la Neue Marx-Lektüre consideran que lo fundamental es abolir la mercancía. Los marxistas-leninistas consideramos que este es un paso posterior, o quizá ni siquiera un paso, sino una consecuencia necesaria de la emergencia y consolidación de una tecnología económica que desplace a la mercancía y la vuelva obsoleta. Algunos marxistas-leninistas consideran que superar el capitalismo implica primero instituir unas relaciones de producción socialistas sobre las cuales desarrollar las fuerzas productivas de la economía nacional. Otros consideramos que las relaciones de producción socialistas solo pueden realizarse después de haber alcanzado un alto grado de desarrollo de las fuerzas productivas a través de relaciones de producción capitalistas subordinadas al dominio político-económico de un Estado socialista. Suponiendo que existiera un acuerdo perfecto entre los pasos a seguir y su orden [1], habrá disenso sobre el momento de pasar de un paso al siguiente. Algunos creerán que no se debe pasar todavía de la agitación política a la creación de un partido o a la búsqueda del poder estatal. Es difícil determinar cuándo una delación obedece a una lectura correcta y prudente del contexto social y cuándo es un signo de oportunismo: implementar cualquier solución impulsivamente sin haber entendido bien el problema es inútil, pero “entender bien el problema” suele ser la excusa de los que no quieren correr los riesgos asociados a la acción.

De manera análoga, en la lucha contra el patriarcado hay disenso en torno al carácter de instituciones como la prostitución y la pornografía. Para los feminismos anarquistas y liberales, regular la prostitución es un ejercicio político y económico emancipatorio, un paso necesario para abolir elementos patriarcales como la familia nuclear y la mejor forma de dignificar las condiciones de vida de las personas que subsisten por medio de la venta de sexo. En contraste, las feministas comunistas creemos que la prostitución y la pornografía no solo no amenazan al patriarcado, sino que son el patriarcado en su expresión más obvia y cruenta. [2] No es posible eliminar el patriarcado si se defienden sus cimientos. Tampoco hay consenso siquiera sobre lo que es el género, si este debería o no “abolirse” y qué aspecto concreto tendría su abolición.

¿Los izquierdistas compartimos unas consignas y objetivos generales? Sí, pero estamos radicalmente en desacuerdo sobre lo que constituye una estrategia correcta para alcanzarlos y sobre el orden de ejecución de los diferentes pasos. Por eso no solo no podemos evitar las disputas entre nosotros, sino que, si de verdad nos importa eliminar el capitalismo o el patriarcado, debemos estudiar seriamente estos problemas, y, habiendo transigido en lo que no amenace principios fundamentales, enfrentarnos hasta que un marco conceptual y un curso de acción prevalezca sobre los demás. Creo que es útil y necesario desconfiar tanto de la inteligencia como de las intenciones anticapitalistas de los izquierdistas demasiado conciliadores y eclécticos. Quien verdaderamente entiende un problema no acepta a priori como válida una mezcolanza de respuestas pintorescas en nombre de que no se incomode o excluya a otro compañero. Quien realmente se preocupa por que tu casa no se inunde, jamás te recomendaría que invitaras a un conjunto de personas anti-fuga para que recen, pinten y hagan más huecos en el techo, porque, quién sabe, de pronto tienes suerte y alguna de esas cosas te funciona. Ese suele ser el proceder intelectual y éticamente irresponsable de personas que no entienden bien el problema y a quienes, en última instancia, les da igual si se resuelve o no. Mucha gente de clase media y alta que se define como anticapitalista o antipatriarcal se comporta de este modo. Están a favor de eliminar la pobreza, pero como este problema no ocurre en su casa sino en la del vecino, proponen como solución la caridad de particulares y ONGs, el nomadismo, la huída a una comunidad autogestionada en la selva o el Estado de bienestar (baldes en el piso), y enseguida gritan “totalitarismo” si ven que los pobres se toman el poder estatal como pueden e indefinidamente (móntate al techo, amigo pobre, pero ¡no uses la escalera malvada!). Las carreras de los intelectuales anticapitalistas que hoy reciben invitaciones a hablar en universidades y ferias son posibles porque la sustancia de la que están hechas es esa contradicción entre su partisanía a favor de un objetivo general anticapitalista y su violento rechazo de los objetivos específicos en los que ese gran objetivo se desagrega. Estos intelectuales tienen una plataforma para hablar públicamente no gracias al acto fácil de rasgarse las vestiduras pidiendo que el capitalismo termine, sino porque proponen soluciones inútiles para ese fin en el reino de las ideas y porque condenan con más pasión incluso a Venezuela, a Cuba, a Corea del Norte, a China y cualquier organización política que, por su carácter y efectividad socialista, genera malestar en la Casa Blanca.

En resumen, el capitalismo no se elimina a punta de intenciones anticapitalistas. Las intenciones son un elemento necesario, pero no son un fin, sino un medio cuya principal función es propiciar el estudio serio del problema para proponer soluciones igualmente serias y efectivas. Para cada situación y momento hay una serie de medidas que nos acercan a las transformaciones económicas que queremos. Nuestra tarea es entender objetivamente cuáles son esas medidas y cómo se implementan o, mínimamente, reconocer a los compañeros que ya lo han logrado y tomar partido a favor de ellos. Lo demás no importa.


[1] Lo primero es alcanzar la hegemonía de una lectura marxista-leninista en un sector amplio de la sociedad y conformar una organización política capaz de disputarle el poder político a la clase capitalista. El segundo paso es la fundación del Estado proletario, lo cual requiere el estudio de las condiciones particulares de un territorio y una sociedad para, con base en esa investigación, seleccionar las herramientas y estrategias que deben emplearse en la lucha por el poder: ¿electoralismo?, ¿huelgas?, ¿rebelión?, ¿por qué y cuándo integrarlas todas o excluir alguna? El tercer paso es administrar el Estado de manera tal que este se reproduzca el tiempo necesario para consolidar el dominio del trabajo sobre el capital y resuelva los problemas heredados del modo de producción capitalista. Quien desee ver ejemplos concretos de reflexión en torno al primer paso remítase a los clásicos ¿Qué hacer? y Estado y revolución de Lenin; para el segundo paso, ver Breve análisis de la estructura social de la Guinea ‘Portuguesa’; para el tercero, China’s Socialist Economy de Xue Muqiao. 

[2] De acuerdo con nuestra perspectiva, una clase (en su mayoría hombres más capacitados y mejor remunerados que la persona prostituida) dispone de la sexualidad ajena gastando un dinero que le sobra; mientras otra clase (en su mayoría mujeres con poca o ninguna instrucción) se aliena de su autonomía sexual a bajo costo para conseguir un dinero que le hace falta. La legalización de la prostitución (es decir, la regulación de la desigualdad que yace en la base del contrato prostitucional) es al patriarcado lo que el “capitalismo con rostro humano” es al capitalismo: una campaña publicitaria para lavarle la cara al statu quo sin alterarlo. Para nosotras, el curso de acción apropiado es usar el aparato estatal para impulsar el crecimiento acelerado de la economía y el acceso a la educación, de modo que se multipliquen los puestos de trabajo y se democraticen por igual el acceso al empleo calificado y el derecho de decirle sí o no al sexo en ausencia de la coacción económica del mercado, el esposo y el putero.